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das Mystische 2.1

TERRACITA DE VERANO

A pesar de las ilusiones racionalistas, e incluso marxistas,
toda la historia del mundo es la historia de la libertad.

Albert Camus

Quizás, como en otras ocasiones, el problema estuvo en la maldita pregunta, en cómo planteamos la maldita pregunta, y no en el contenido posterior de las respuestas. Si hubiésemos enfocado la cuestión desde otro punto de vista, desde otra luna, galaxia o planeta enano, hubiésemos llegado, me imagino, mucho más lejos. Porque la pregunta, en sí misma, era una pregunta trampa, equivocada, una mala pregunta. Y no conviene olvidar que, los allí presentes, contra lo que pudiera pensarse en un principio, jugaban todos con idénticas armas a un mismo juego, y estaban en condiciones, por tanto, de entender a la perfección el contenido de cada jugada.
 
Un grupo de ciudadanos occidentales alrededor de una mesa, en una terracita de verano: coca-cola, aperitivos y cerveza. Nada de impedimentos físicos, psicológicos o legales. Ninguna clase de atadura o parálisis, nada de marginación, exclusión discriminatoria, drogas o tortura. Nada que ver, por tanto, con los excesos terribles de la miseria y de la ignorancia. En una palabra: todos sabíamos muy bien a qué estábamos jugando. Tampoco hacía falta desarrollar, al detalle, una diferenciación de los supuestos que podían dificultar más las cosas. Ni distinción entre ética/moral, campo deontológico y campo político, ni acceso a la triada mágica de la ética analítica, es decir: metaética, ética aplicada y ética normativa. Bastaba tan sólo con un poquito de sentido común mezclado entre las cervezas y los sagrados aperitivos. Gente dispuesta a entender la ética como la herramienta más indicada para dar sentido a la propia libertad, y no como un código preestablecido y secreto.
 
“Nadie es libre –escribió Bob Dylan-. Hasta los pájaros están encadenados al cielo”. Aunque también podríamos contarle un par de historias al viejo poeta, presentarle un par de ejemplos, a ver si así, con la ayuda de todos, comprende la importancia, incorregible, de ambicionar el vuelo.
 
Como si de una historieta más de Pericón de Cádiz se tratase, José Manuel Caballero Bonald cuenta en sus memorias la curiosa aventura de los acostados, ese sector de su familia que, en un momento dado, elige la cama como lugar más idóneo de residencia. La paradoja de esta acción, en este caso, es que provoca, directamente, la inactividad más absoluta; casi absoluta, podríamos decir. Pero dudo mucho que podamos negar que son ellos, los propios interesados, la rama Bonald de la familia de Caballero Bonald, los que toman sus propias decisiones, por encima de todo y de todos, independientemente de que podamos pensar (o no) que resulta muy sencillo, en su caso, dimitir de los afanes de cada día, desprenderse de todas las posesiones y de todas las riquezas. Al diablo con la economía doméstica –eligen los acostados-, al diablo con las bodegas de Jerez y el negocio de la botica. Tumbados y acostados la mayor parte del día, abandonando el lecho únicamente para responder a las voces embriagadoras de la ginebra con albahaca. “El tiempo no tiene paredes”, en una placa de hierro esmaltado, en el estudio de arquitectura. Y, bajo esa placa, como una gran máxima filosófica, una nota que debería figurar, obligatoriamente, a la entrada de todos los negocios: “Se atiende a las 7 o a las 8”. ¡O ya se verá cuándo se atiende!
 
No hace falta sacar los pies del tiesto –entiendo- para llegar a comprender en qué consiste el juego de la libertad, de la libertad en acción, de la libertad y sus responsabilidades. Otra cosa bien distinta es que nos neguemos, sistemáticamente, a jugar a este juego. ¿Miedo a la libertad, acaso? No, no lo creo. ¿Que el anterior ejemplo carece de peso específico? Depende. A veces, lo más sencillo guarda el poder de las cosas complicadas. Y, a veces, es justamente al contrario.
 
¿Y los obstáculos que la realidad enfrenta a nuestros deseos? ¿Y las determinaciones derivadas de nuestra situación histórica, de nuestra clase social, de nuestro entorno más inmediato?
 
Mike Friday, de Benin City, Nigeria, parece decidido a saltarse, de un sólo golpe, todos los obstáculos que le han tocado en suerte, a dejar las determinaciones arrinconadas a un lado del camino, para vencer la sensación de frustración y alcanzar su objetivo más deseado. “Yo no paso hambre; si quiero, puedo encontrar algo que hacer y conseguir algo de dinero. Tengo un móvil, una casa y una cadena de música. Lo que quiero es lo mismo que tenéis vosotros”. A diferencia de otros emigrantes africanos que se han visto obligados a abandonar sus países debido a la guerra, el hambre y la pobreza, Mike Friday –nos cuenta Álvaro de Cózar- ha decidido jugarse todo a una carta ganadora, a una sola carta, para alcanzar así la misma vida que disfrutamos nosotros a este lado del estrecho. Por eso mismo, por no estar acuciado por el cielo insalvable de la necesidad, la elección de Mike parece, si cabe, mucho más libre. Mike sueña, desde pantallas conectadas a las antenas parabólicas de su cibercafé favorito, con la posibilidad de un mundo distinto. ¿Y la policía, Mike –pregunta el periodista-, y el paro, la xenofobia, los problemas con el idioma? ¿Cómo vas a ejercer tu libertad con todas estas determinaciones de por medio? Y Mike, dispuesto a cruzar de nuevo África y a enfrentarse con la valla de Melilla, contesta con gesto despreocupado y una sonrisa: “No hay problema. Soy nigeriano. Soy listo y sabré acostumbrarme. Será duro, pero tengo que salir de aquí”.
 
Mientras tanto, en otros lugares del planeta, se admiten como invencibles versiones negativas de la Matrix, pero sin olvidar del todo que Neo, El Elegido, se pasa toda la historia prisionero de sus propias decisiones: ¿pastilla roja o azul?, ¿asaltar un edificio para salvar a Morfeo o matarlo?, ¿la puerta de Trinity (el pathos) o la de la fuente (el logos)?, ¿ir a la ciudad de las máquinas o quedarse en la nave?, ¿seguir luchando contra Smith en la batalla final o rendirse?
 
La otra noche, sentado a la mesa de la terracita de verano, cuando planteé estas cuestiones o cuestiones parecidas a éstas, no suponía que iba a recibir en pleno rostro el impacto de una palabra arrojadiza. ¡Tío, tu eres un liberal! Al que esto suscribe –pienso-, se le podía haber tachado de idiota, de iluso o de incompetente, pero no necesariamente de “liberal”. Más que nada, porque yo no estaba pensando, cuando usaba estos ejemplos, en Friedrich von Hayek, el sobrino de Ludwig Wittgenstein, sino que pensaba, más bien, en un filósofo francés bastante alejado ideológicamente del economista austriaco.
 

Estamos condenados a la libertad, explicó hasta la saciedad Jean-Paúl Sartre, pero no parece que algunos estén dispuestos a enterarse. Y no se trata, en mi caso, de llegar al punto de conocer si Sartre tenía o no tenía razón. Me explico. Sartre partió del supuesto hegeliano de que “el hombre no es lo que es y es lo que no es”, es decir, de que el hombre está completamente por hacer. A partir de ahí, Sartre desarrolló toda una filosofía ética basada en la premisa de que el hombre debe inventarse a sí mismo, constantemente, ya que no está predeterminado por ningún tipo de esencia o carácter inmutable. Según esto, mañana puedo tener un aspecto más saludable y completamente distinto del que tengo ahora (mañana, incluso, puedo pensar de forma distinta a como pienso ahora), y eso es lo que más me interesa, en una palabra, de la ética de Sartre. Lo contrario, no lo duden, sería completamente aterrador y conllevaría, mucho me temo, la imposibilidad de que cada uno escriba su propia autobiografía, es decir, confiese, a quien quiera escucharle, que sí, que ha vivido. ¿Conocen alguna idea más atractiva que ésta en el mercado/conversación dedicado al libre albedrío?
 
En su Diccionario Filosófico, Fernando Savater considera esta última posibilidad como un respetable argumento literario a favor del libre albedrío. ¡La posibilidad de una autobiografía! Savater echa mano de las Memorias de Giacomo Casanova para recordarnos que, para una asunción honrada de la propia libertad, uno debe creerse libre, ya que lo contrario supone no asumir las propias responsabilidades: “nadie se cuenta a sí mismo su propia vida como un proceso mecánico, ni debe engañar a los lectores relatándola como un cúmulo de fatalidades”.
 
Los tiempos cambian y, tal como apunta Zizek, poco quedará de esta ética cuando un fármaco pueda hacernos más valientes, más lúcidos y más generosos.
 
Mientras llega el futuro, mejor dedicarnos a la invención e inventarnos un poco más, de nuevo, a nosotros mismos. Aunque, ¡quién sabe!, igual inventamos un producto, excelente, que vence también al tiempo, al futuro, y que logra escapar a ese estado que aún le mantiene pegado al cielo.
 
¡Hey, Dylan!, ¿has visto por ahí al pájaro?

4 comentarios

Magda -

Recuerdo en este momento que en 'A puerta cerrada' desvela ese ir contra un determinismo impuesto por un destino. También decía referente a la libertad que señalas: "El hombre nace libre, responsable y sin excusas", vaya...

¿Y pensar qué escribió canciones para Juliette Gréco?

Enrique -

Pues creételo, Pedrito, creételo. Es el problema del analfabetismo crónico (ya sabes, las pellas y esas cosas) y del bricolage casero.

Pedrito, quedas contratado como corrector. Si ves más faltas de ortografía, no dudes en avisarme.

Un abrazo.

Pedro -

Lo leo y no lo creo: "A partir de HAY, Sartre desarrolló toda una filosofía..."

Enrique -

Por cierto: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.